Ganar nunca es una opción. Ganar siempre es el objetivo de todo piloto, de todo deportista, de toda persona. Ganar nos hace fuertes, poderosos y dispuestos a comernos el mundo de un sólo bocado.
Porque la victoria nos llena de fortaleza, nos sube la autoestima y hace que la adrenalina recorra todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, sin dejar ápice alguno. Ganar suele ser el resultado de un esfuerzo inmenso, un trabajo constante y diario por conseguir el máximo objetivo. Y hoy, Nico Rosberg marca con letras doradas su gran éxito como piloto, como deportista y como persona. Hoy, Rosberg se ha proclamado campeón del mundo de Fórmula 1.
C A M P E Ó N. Sí, en mayúsculas y con todas sus letras. Una excepción lingüística y ortográfica que hoy me permito para gritar a los cuatro vientos que Rosberg ya es campeón de la máxima categoría.
Diez años después de su debut en el Gran Circo, el de Mercedes suma a su palmarés deportivo su primer título de F1. Un mundial que ha tardado en llegar y se le ha resistido en los dos últimos años pero que ya es suyo. De él y de todos. Sobre todo de los ‘suyos’, de los incansables seguidores que esperaban (¿y por qué no decirlo?) también soñaban con este día. El día en el que pudiéramos escribir unas líneas llenas de euforia para celebrar un título de F1 de Rosberg.
El camino hasta aquí no ha sido recto. Para nada. Ha sido un recorrido curvilíneo y de altibajos. Aunque ahora, mirando en perspectiva, quedan los buenos momentos. Y es que es así. Nos pueden la euforia y las celebraciones. ¿Quién no se acuerda de la emoción del primer podio? ¿Quien no recuerda la satisfacción por la primera Pole Position? ¿Y la alegría desbordada de la primera victoria? Australia 2008 con podio, y China 2012 con Pole y triunfo. Dos grandes logros que se han convertido en los precursores de la épica hazaña de ser campeón.
Si las alegrías y los buenos momentos los hemos celebrado por todo lo alto, los malos tragos también han dolido. Sí. Carreras complicadas, dónde todo salió al revés, dónde la suerte se esfumó para volver al cabo de los días. El accidente de Mónaco 2008 en la chicane de la Piscina, los problemas mecánicos de Singapur 2014 que desvanecieron sus opciones al título o la salida de pista en España de este año provocada por el choque de Lewis Hamilton son algunos de los instantes más amargos del alemán en la F1.
En los buenos y malos momentos, Roberg ha demostrado lo mejor de su pilotaje y personalidad luchadora. Un carácter que demostró en Abu Dhabi 2014 cuando, pese a rodar 13º y quedarse sin opciones a ser campeón, no acató la orden de su equipo de retirarse y aguantó en pista hasta el final. Para acabar la carrera con las botas puestas. Sin rendición. Todo un comportamiento señorial.
Fuera de la pista, su actitud es una de las que destaca en el paddock. Abierto, simpático, de trato cercano, próximo y divertido. ¡Y cómo nos gusta que así sea! Con la prensa y con los aficionados. Y más cuando deja a un lado el inglés y cambia al español para hablarlo con ese acento italiano que pone al traducir directamente las frases. Así, sus declaraciones tienen esa chispa que engancha, atrae y saca una sonrisa.
Ya como campeón, hoy lo malo se olvida, la gesta se hace grande y sus palabras suenan con más fuerza que nunca. La emoción se instala en el cuerpo y no la dejaremos marchar durante unos días. O semanas. O hasta que empiece el próximo Mundial. De momento, Rosberg deja a un lado su ‘look plateado’ a juego con su Mercedes para despuntar como el nuevo chico de oro. La nueva joya de la corona. El nuevo campeón del mundo de Fórmula 1.